TRAVEL`S PANAMÁ



                                                     💗PANAMÁ💓

La emoción esta mañana no me presto ni un segundo de sueño anoche. Menos mal que nosotros, los prevenidos, relajemos el cuerpo con unas cervezas. Y si funciono, seis horas después estamos en la estación esperando un bus de ocho horas que nos llevara a Madrid. De pensar en todas las horas en ese incomodo transporte me enfermo, pero de pensar en ver por primera vez la capital de España me recupero.  Tengo los pelos de mi cuerpo echizádos por la aventura que esta comenzando. ¡Crucemos el mundo, hacia la otra parte del mar!
Las ultimas dos horas fueron eternas, ya no había película, ni juego en la pantallita del ultra moderno bus entretenible para mi. Al llegar había olvidado hasta las paradas de descanso.
 ¡Guau! Cuanta gente recorriendo estos pasillos subterráneos, y al subir a la calle, mas de lo mismo. Gente y mas personas andaban muy rápido para un lado, para el otro… Estilos tan diferentes marcaban su moda y si te miraban, raro seria. Descansemos con un super baño en la habitación, pequeña pero bonita y completa. Una ventana de tamaño de microondas nos prestaba la oportunidad de ver la luna. Se encontraba encima de un abeto por la altura de nuestro nivel.
Mi cuerpo aun sin control de la situación, esperando inquieto ya el avión de mañana solo me pedía un famoso bocadillo de calamares, y mi cabeza con mi hambre estaban de acuerdo.
El momento ha llegado, mi primer vuelvo me esta esperando. Es mas, Panama ya se esta desesperando sin mi. -¿Cuándo llegá esta pareja?.

Os cuento, lleguemos dos horas y media antes al aeropuerto para hacer todo lo correspondiente, entre ello, embalar la maleta con papel transparente. Nosotros, los prevenidos, (como dije antes), teníamos en nuestro poder un super rollo industrial para no tener que gastar dinero en una maquina. Después del chequeo, nos permitimos un tranquilo desayuno. No fue ni tranquilo ni barato. ¡Ni el agua! Y veinte minutos antes de embarcar, logremos dar unas caladas de humo escondidos en no se que parte de el gigante aeropuerto de Madrid.
-Señores clientes el avión va a despegar, no cierren las ventanillas y no se desabrochen el cinturón de seguridad!. Serán once horas de vuelo relajadas, salvo la ultima hora que daremos vueltas sobre nuestro destino hasta que amaine la tormenta.
¡Estupendo! Hemos aterrizado sanos y salvos. Realmente es extraño estar tantas horas metidas en esa nave de hierro, con esa comida de cartón y el ruido insoportable. Pero debo decir que la sensación al despegar es muy emocionante, aunque yo en mi caso, agarrando la mano de mi novio, casi se la rompo.
Primeras sensaciones: Calor, pegajosa al salir del aeropuerto. El clima era totalmente diferente a mi Andalucía, el sol no era el dueño y señor del cielo. Estaban los rayos eléctricos gobernando con fuerza y enfureciendo al aire. La lluvia era fría pero solo mojaba. Quiero decir, ducharte en la lluvia es un placer. Con el cambio de horario sentí que fue el día mas largo de mi vida, pero aun así fue difícil dormir esa noche.

¡Bienvenidos a América! Despertar con el sonido de tantos animales exóticos para mis orejas fue rejuvenecedor. Al salir de la cama un desayuno venezolano llamado “arepas” nos dio energía para conocer el vecindario. Una terraza con una verja verde rodeada de plena selva amazónica era nuestra ubicación. Arañas tan grandes como la palma de mi mano, compañeras de aventuras. Y Mariposas azules de la realeza nuestras fieles guías turísticas.

Los primeros contactos con la naturaleza panameña fueron de miedo.
Telarañas en medio del camino, solo necesitabas no molestar a el arácnido. ¡Ah, yo no quiero molestarle, ni a ningún otro!. Hormigas gordas como las habichuelas picaban como si un alfiler te clavaras.  Y no podría olvidarme de mis queridos amigos los mosquitos y la “chitra” también llamada mosca de arena. Terminaron con mi cuerpo en los quince días, abasteciéndose de mi sangre, marcando mi frente y tobillos para una larga temporada. Nuestro primer lugar preferido fue esta piscina natural a escasos metros de el alojamiento. Con un entretenido y estrecho camino, combinado con obstáculos difícilmente de superar en chancletas. La habitaban diminutos camarones, aparte de mas fauna, como no.

Sus aguas naturales eran frías como el hielo, pero el ambiente cálido animaba a introducirse en ellas y aguantar lo que el cuerpo aguante.
Cuantas tardes o noches nos recobijabamos en este espacio, incluso con precipitaciones pequeñas que no llegábamos a sentir por la vegetación que rodeaba el lugar.
Nuestro pequeño pueblo con nombre “Portobelo”, en Colon.

Una gran bahía rodeaba la zona. Miles de barquitos ricos y pobres también habitaban por allí. Sobretodo jubilados disfrutando del caribe. Y nosotros cruzábamos de un lado a otro en Kayak. Remando naveguemos a todas partes.

Chomba nos acompañaba en nuestro transporte. Nos hacia compañía y equilibraba el barco. Había zonas con poquita agua e intentábamos no navegar por ellas, debajo, miles de corales convivían en armonía.
Aparquemos el barquito en la playa, y comencemos a caminar. Solo fue una hora a pie, larga y dura subida hacia un fuerte con tres niveles y sus respectivos cañones.
Terminemos el día en un precioso manglar tan extenso como místico. Los troncos y raíces de los arboles buceaban con descaro bajo nosotros, algunos otros también se columpiaban en nuestras cabeza con miles de dianas cubiertas de vegetación.

Una lluvia chispeante nos filtro entre muchos arboles y este río, mientras llovía, merendemos, y el barquito contra dos troncos nos protegía
Seis de la tarde. El sol se escondía en el mar. Fantasía en un mundo verde. Atardeceres rosa y naranjas. Y sinfonía de paz, tranquilidad.
Las duchas de agua fría servían para soñar.


La inspiración se apoderaba de mi en cada minuto. Era tanto la expresión poética de este lugar sin explotar.













Un lugar de piratas, marineros, mercaderes. Restaurantes con su propio muelle y con sala de invitados para alguna que otra raya con apetito.

Las aventuras eran constantes, a pie o por el mar. El terreno pantanoso obligaba a esforzar tus piernas para no sumergirte en el barro.
Cada palmera tenia veinte especies distintas o mas de cualquier insecto americano. Cada milímetro de tierra era habitado por hormigueros, los cuales, sus habitantes, recolectaban comida sin descansar.


El agua era abismal, cada rincón se cubría de gota a gota de mar caribe. Ríos con cascadas tan fascinantes, fuertes corrientes y senderos naturales.

Como deslizarse en un tobogan sin frenos, sin socorrista, solo el eco.

Cuando la corriente se calmo, solo el fluir del río no guió.




La acampada fue dura. Menos mal que nuestra vecina la vaca estaba vigilando el terreno. La lluvia torrencial esa noche nos impedía salir de la casita de plástico. El barro alrrededor parecía chocolate.

Ahora desde aquí, recuerdo la aventura como un sueño. Esos olores extensibles por kilómetros. Esas olas mareando mi mareo. Esas lunas oscuras protegiendo culebras.

En la plataforma anclada pasemos la tarde de sábado. Bajando al fondo del mar a comtemplar el precioso reino marino que se escondía en estas aguas azules.


Me sentí en otro mundo. Mas allá de otra dimensión. Donde los colores que nosotros conocemos se confunde con otros parecidos. Donde la lógica del tamaño y el peso son incomprensibles a la realidad. Un universo sumergido tan enorme y abierto como en si mismo el mar.





A miles y miles de kilómetros, si venís aquí.

Comentarios

  1. Estupendo uns aventura preciosa y sobre todo muy bien narrada perfecto

    ResponderEliminar
  2. Que historia tan exótica, salvaje y natural

    ResponderEliminar

Publicar un comentario